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Ernest Rutherford

Dicen que en la vida, como en la ciencia, hay personas que han llegado a la cima de una pirámide y se han hecho famosas y conocidas. En muchos casos, sin embargo, no lo han conseguido solas: ha sido también gracias a otras que no son tan conocidas pero sin las cuales, las primeras no hubieran llegado a dicha cima. Rutherford fue uno de esos encumbrados, pero la característica que le distinguió del resto es que, a su vez, creó muchas pirámides.

Nacido en Nueva Zelanda, en 1871, fue hijo de un granjero y mecánico y de una madre maestra que siempre quisieron que sus hijos estuvieran formados. De estudiante alcanzó las máximas notas en latín, francés y física. Fue un destacado miembro de la Sociedad Dialéctica, que era un club estudiantil de debates, y del equipo de rugby. Gracias a sus buenas notas consiguió una beca (la única que daban cada año en su universidad) para hacer un máster que duraba un año en el que tenía que hacer un trabajo de investigación.

Más tarde entró a trabajar con el profesor J.J. Thomson, quien le puso a trabajar en la detección de corrientes eléctricas de alta frecuencia utilizando un aparatito que había inventado durante el máster. Consiguió detectar ondas electromagnéticas emitidas a una distancia de 400 metros. Thomson le convenció de que se dedicara a cosas más profundas en la física. Guglielmo Marconi debería estar muy agradecido a este último; pues de no ser así se le hubiera adelantado a buen seguro.

Con 27 años encontró trabajo estable en un laboratorio magníficamente equipado. Descubrió que la radiactividad no era otra cosa que la descomposición de ciertos núcleos pesados. Pronto encontró la ley que regía dicho comportamiento. Propuso que era un cambio interno en los átomos radiactivos y ese cambio liberaba energía. Tenéis que pensar que era una idea revolucionaria: los químicos tenían asumida la indestructibilidad de la materia y esta idea la dejaba sin validez. Hasta Pierre Curie tardó dos años en aceptarla.

Pero el descubrimiento crucial fue que la desintegración de sustancias radiactivas seguía un ritmo muy preciso y constante y no parecía depender de condiciones externas de temperatura, presión, etc. Tanto era así, que podían utilizarse como relojes. Dijo que este fenómeno se podía utilizar para datar muestras geológicas y así descubrir la edad de la Tierra o, al menos, establecer un límite inferior. También dijo que si el interior de la Tierra todavía tiene la temperatura actual, es debido a las reacciones de desintegración que se dan en su seno.

Un día estaba estudiando cómo la radiación ionizaba los gases, esto es, arrancaba los electrones de los átomos quedando estos últimos cargados. Se le ocurrió echar una calada de humo de su cigarrillo en un tubo de medida y vio que se alteraba el resultado de la medición. Acababa de inventar el detector de humos que todavía hoy utilizamos.

El gran número de clases que dio en el laboratorio Cavendish y la gran cantidad de contactos que tuvo con sus estudiantes dio una imagen de Rutherford como una persona muy pegada a los hechos. Más aún: para él la teoría sólo era parte de una “opinión”. Este apego a los hechos experimentales, era el indicio de un gran rigor y de una gran honestidad. Cuando Enrico Fermi consiguió desintegrar diversos elementos con la ayuda de neutrones, le escribió para felicitarle de haber conseguido “escapar de la física teórica”.

En numerosas ocasiones dijo que creía en la simplicidad porque él era un hombre simple. Acuñó la frase que hoy conocen muchos teóricos y es: Si le explicas a un camarero lo que estás haciendo y no lo entiende, lo pobre no es el camarero, sino lo que estás haciendo (creo que fue Feynman quien dijo análogamente que lo que no podías explicar a tu abuela es que no lo entiendes).

En 1907 explicaba en una carta la siguiente anécdota a su madre:

Ayer visitó nuestro laboratorio el barón Kikuchi, ministro de educación de Japón. Shuster me lo presentó. Más tarde, el ministro le dijo a Shuster: “Supongo que el Rutherford que usted me ha presentado es el hijo del célebre profesor Rutherford”.

Tomado de www.historiasdelaciencia.com

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